Antonio
Garrigues Walker junto a Nuria Espert.
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Transcribimos
el artículo firmado por Antonio Garrigues Walker, aparecido en el número 4 de la
revista ARTESCÉNICAS, editada en junio de 2016 por la Academia de las Artes
Escénicas de España (sección “NADA personal”, página 74). Garrigues Walker ha
desarrollado toda su actividad teatral en el mundo amateur.
Una
de romanos, por Antonio Garrigues Walker
De
mi perversa y profunda dedicación al mundo del teatro tienen la culpa, -además
de yo mismo- mucha gente buenísima, gente gloriosa. Mi madre, americana,
Hellen, que murió demasiado joven y me legó algo de su buen ánimo, su
positividad, su fuerza. Mi padre, viudo muy joven, que además de un jurista que
revolucionó y modernizó la profesión de abogado en España, supo mantener toda
su vida una curiosidad intelectual indomable y una relación permanente con la
vida cultural nacional y extranjera. Él me permitió conocer nada más y nada
menos que a Rafael Alberti, cuando ambos vivían –mi padre como Embajador en la
Santa Sede- en Roma. Por razones políticas no podrían tener muchos contactos
personales y a mí se me pedía que llevara a la Via Garibaldi 88, una bebida y
un alimento que Alberti gustaba y echaba de menos: el anís y el chorizo. Conocerle
fue para mí un dato muy significativo e incluso decisivo, para mi sensibilidad
y mis inclinaciones artísticas. Guardo
con especial afecto uno de sus maravillosos poemas pintados. Otra clave fue sin
duda José (Pepín) Belló, un ser humano excepcional que ocupó un lugar
peculiarísimo y fascinante en la Residencia de Estudiantes por su empatía con
todos los genios que allí habitaron, y entre ellos Lorca, Dalí y Buñuel. Pepín
supo manejar, con el exquisito cuidado que se requiere, las vanidades y las
inquietudes de aquellos personajes y de todos ellos me habló “in extenso” en un
largo viaje en coche que hicimos juntos de Madrid a Venecia, porque era la
única ciudad extranjera que le interesaba conocer. Fue para mí una experiencia
única porque llegué a profundizar tanto en la gloria y el poder creativo como
en el lado humano y también en el lado oscuro de gentes que han vertebrado y
enriquecido al máximo la cultura española.
Yo
empecé a escribir poesías y a dibujar –tengo publicado un libro de dibujos-
desde muy joven pero mi entrada en el mundo del teatro tuvo su origen en una
reunión internacional en los Estados Unidos en donde, concluidos los debates,
se representó una obra de teatro de “romanos”, para que hubiera muchos
“papeles”, en los que los asistentes teníamos que hacer de espectadores y
también de actores. Volví a España con la idea de hacer algo similar y escribí
mi primera obra con el título “Oda para que las mujeres sean bellas, buenas,
fértiles y fecundas”. Desde entonces hasta ahora he presentado y dirigido más
de cincuenta obras y estoy enfrascado en la próxima que lleva como título
provisional “A la luz de la incertidumbre”, que va a tratar del desconcierto y
el miedo de la condición humana ante unos avances tecnológicos y científicos
que nunca llegará a conocer del todo.
Toda
mi actividad teatral se ha desarrollado en el mundo amateur. Todos mis actores
y actrices pertenecen a ese mundo y lo mismo sucede con los escenógrafos – a
los que aún se da poco valor en nuestro país- que han creado escenarios
realmente impresionantes con muy escasos medios.
La
idea “filosófica” –ya sé que es presunción- reside en el convencimiento de que
en el mundo del arte pueden y deben existir y coexistir lo profesional con lo
amateur, al igual que sucede, por ejemplo, en el mundo del deporte. A ello se
añade que la compaginación de la vida del trabajo con la de la creación
artística rompe el tedio que genera la rutina de la vida unidimensional y
mejora el funcionamiento de la parte emocional de nuestro cerebro. ¡Y además
divierte!
Todas
estas ideas están ya en la ciudadanía española, -y el número creciente de
grupos y artistas amateur lo demuestra- pero aún quedan restos de pudor y de
miedo al ridículo que habrá que diluir con paciencia.
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