Hoy
ofrecemos el interesante artículo Asuntos
internos aparecido en el número
38 de la revista
asturiana de teatro “La Ratonera” firmado
por Roberto Corte Martínez, autor, director y editor ovetense. En este artículo
Roberto Corte nos traslada su punto de vista, como profesional de las artes escénicas
y editor, sobre las disputas suscitadas en el teatro asturiano acerca del
teatro profesional y el amateur. Reflexiona sobre ciertos argumentos utilizados
por una parte del sector profesional asturiano al poner en su punto de mira,
casi como una obsesión, los logros del teatro amateur.
El debate sobre el teatro amateur y el
teatro profesional, en Asturias, está envenenado. La vertiginosa inmediatez que
proporcionan las redes sociales, su omnipresencia y su efecto multiplicador, le
han dado al tema un sensacionalismo que anula el rigor que se necesita para una
discusión seria.
Hay que ser muy ingenuo, y muy
inconsciente, para creer que los graves problemas que tiene el teatro
profesional guardan conexión causal con el teatro amateur.
Asuntos internos, por Roberto Corte
Escribo
estos comentarios al calor de algunas disputas suscitadas en el teatro
asturiano acerca del teatro profesional y el amateur. Como ya el título indica
son “asuntos internos”, cuestiones que yo considero menores y sólo de interés
para los implicados. Pero debido a la insistencia con que se presentan —no hay
tertulia teatral que se precie donde estas cuestiones no acaben
“centripeteando” la conversación—, a estas alturas no puedo menos que lanzarme
al ruedo y hacer pública mi opinión, por desordenada que esta sea. Si algún
lector curioso de otras comunidades estuviera interesado en seguir el tema sepa
que las claves de identificación de siglas van al final.
Pienso
que el debate sobre el teatro amateur y el teatro profesional, en Asturias,
está envenenado. La vertiginosa inmediatez que proporcionan las redes sociales,
su omnipresencia y su efecto multiplicador, le han dado al tema un
sensacionalismo que anula el rigor que se necesita para una discusión seria.
Cualquier tema que se quiera desarrollar requiere su tiempo. Y nada hay más
peligroso para el análisis que las reflexiones en caliente. Las redes sociales
son medios calientes y, en general, no hacen otra cosa más que “fijar” algo que
se dice, a veces, inopinadamente. Pero con la peculiaridad de que las palabras
que se “fijan” ya no se pueden borrar ni desmentir que se han escrito. Aunque
considero mezquino acogerse a ellas si no son consustanciales al tema que nos
ocupa, porque de lo contrario no haríamos otra cosa más que eternizar la
discusión y llevarla por terrenos personales que nada ayudan a enriquecer el
debate. Como las redes están preñadas de comentarios “calientes” pondré un solo
ejemplo para no repetirme y olvidarme de ellos: cuando decidieron concederle
una categoría en los Premios Max al teatro amateur o a sus aledaños, un miembro
de la Plataforma ,
convencidísimo, se quejó con ironía en unas líneas acerca de si una acción
similar sería imaginable en los Premios Goya. Pues bien, cualquiera que sea un
poco aficionado al cine sabe que, en más de una ocasión, ya se ha concedido
Goya a cortometrajes y documentales realizados íntegramente, o casi, con
equipos artísticos amateurs. Es decir, vemos aquí cómo una respuesta en
“caliente” produce una “paradoja” concluyente que tritura la “idea” que se quiere
defender, con el mismo argumento que se utiliza para el ataque. Cuando lo más
sensato hubiera sido recapacitar un poco y buscar argumentos razonables sobre
si procede o no (a mí no me parece mal) concederle un huequecito en los Max al
teatro amateur, desarrollando el tema por analogías —si así se quiere— dentro
del mismo campo proposicional. Sin más. Pues bien, es en este obrar en
caliente, es en este desenfoque a sabor de boca sin argumentos ni discusión, es
en este empecinamiento atrabiliario, donde, a mi juicio, en la mayoría de las
ocasiones nos vamos por los cerros de Úbeda.
El cuadro sinóptico
Pero
entremos en harina. Si estamos de acuerdo en que lo que procede discutir es el
lugar que han de ocupar en la política teatral de las Administraciones los
diferentes modelos asociativos, lo primero que tenemos que hacer es un
“barrido” de conjunto para observar los elementos que entran en juego, y
excluir ya de entrada a aquellos discursos que se oponen a que el teatro esté
apoyado con políticas específicas. Aunque no lo parezca, todavía en el
subconsciente de muchos gravita la idea ultraliberal de que el arte ha de
navegar “libremente” al margen de las Administraciones. Y no es la primera vez
que escucho eso de que “el teatro amateur, precisamente por ser amateur, no
tiene por qué tener respaldo institucional”, o justo el mismo discurso desde el
otro lado, “el teatro profesional, precisamente por ser profesional, ha de
ganarse los garbanzos en la taquilla, como mi tío que es zapatero y se los gana
con sus clientes”.
Los
encontronazos y desencuentros entre el teatro amateur y el teatro profesional
no son nuevos. En Asturias yo los he vivido hace quince o veinte años. El
contexto era muy otro, pero los argumentos idénticos. En alguna de mis carpetas
guardo los artículos de prensa y las cartas que la incipiente apcta mandaba a
los ayuntamientos desaconsejando la programación del teatro amateur, por
incurrir en lo que consideraban “competencia desleal”. Pensando en ello hoy no
puedo menos que ruborizarme. A diferencia de ahora entonces éramos cuatro gatos
—tanto unos como otros—, pero las líneas principales del debate ya estaban
trazadas. Y en esto nada hemos cambiado. Yo, al respecto, hice un trabajo de
recopilación de información para aclarar conceptos. Si quería saber cuál era el
lugar que había de ocupar en el entramado artístico cada modelo teatral, tenía
que contemplar el máximo de perspectivas de enfoque. Desde la etimológica (en
el que todas las entradas son positivas y, consiguientemente, casi hasta intercambiables),
la histórica (en cualquier contexto de la antigüedad, con sus pertinentes
cambios y nomenclaturas, los dos modelos han tenido siempre su “razón de ser”),
la ideológica (este ha sido uno de los aspectos más complejos, interesantes y
discutidos, por el desprestigio que ha tenido el teatro profesional como
sinónimo del teatro comercial, especialmente hasta los años ochenta del siglo
pasado —me fue de especial ayuda el libro Documentos sobre el teatro
independiente español)—, la sociológica (muy diferenciado en usos, cometidos y
estatus, la gente reconoce sin problemas la categoría “profesional” como modus
vivendi), la crítica artística (he contrastado muchas y el calificativo
“profesional” es siempre sinónimo indiscutible de calidad, y el “amateur”,
cuando aparece, de todo lo contrario), la de las simbiosis (hay bastantes más
espacios intermedios de los que pensamos, algunos muy necesarios, y definirlos
es tarea de todos), la comparativa (situaciones similares en el deporte y otras
disciplinas), hasta la perspectiva administrativa, es decir, hasta la
asignación que la
Administración concede a cada modelo de asociación en función
del cif. Que a la postre es la que más nos conviene considerar, porque todas
las políticas culturales fueron concebidas de manera específica en función de
estos modelos. Y porque, en definitiva, es la Administración la
que da legalidad al asunto y regula las transacciones económicas y apoyos que
estamos discutiendo.
La falacia conceptual
Habitualmente
se acusa al teatro amateur de competencia desleal. Pero lo que siempre me ha
llamado la atención es lo inapropiado de ciertos términos. Jamás he entendido
eso de “competencia desleal”. Pienso que son palabras improcedentes, y que casi
siempre que aparecen se utilizan indiscriminadamente como un acto de
afirmación, demagógico. Hay competencia desleal cuando dos corredores que
compiten bajo las mismas reglas, uno se las salta para procurarse ventajas.
Pero el teatro amateur y el teatro profesional, hasta donde yo sé, compiten en
categorías diferentes (modelo asociativo, competencias, cif, etc.). Otra cosa
es la “suplantación de programaciones”, cuando las haya, o los “agravios
comparativos” existentes, conductas todas que hay que reprobar y denunciar
permanentemente (cuya responsabilidad es exclusiva de las Administraciones
organizadoras). Pero, para aclararnos, conviene empezar llamando a las cosas
por su nombre. Como el término “competencia desleal” es tan confuso y
oportunista, pondré dos ejemplos de diversa índole para que sirva de reflexión
sobre su complejidad conceptual: de todos es sabido que el Teatro Jovellanos
concede anualmente un Premio a la
Producción (y que sea por muchos años) para grupos
profesionales de su localidad. Por ser el premio de una cantidad económica
estimable, ¿es competencia desleal para el resto de grupos profesionales
asturianos de otras localidades? Pues, aunque lo parezca, yo pienso que no.
¿Por qué? Porque aquí el criterio de enfoque y las líneas de demarcación son
las territoriales, de la misma manera que tendríamos muy poco que objetar a las
subvenciones que les otorgan los noruegos a las compañías profesionales
noruegas, aun aludiendo a que todos competimos en un mismo mercado profesional
internacional. Y otro más reciente: lo cuenta David Ladra en un artículo en
Artez n.º 190, acerca de otro aparecido en Le Monde Diplomatique, de Thomas
Ostermeier, director de la
Schaubühne de Berlín, que arremete contra las compañías
profesionales independientes (nuestras hermanas alemanas) porque entiende que
perjudican seriamente al teatro institucional. «Ostermeier nos viene a decir
que, en ese mercado de las artes en el que se ha convertido la cultura, esos
grupos descontrolados son una competencia deslealque dan más cantidad por
menos precio y les hacen el juego a “quienes nos quieren quitar el pan de la
boca”». (La cursiva es mía. Más allá de la anécdota el artículo es muy
recomendable por otros temas.) En fin, como se ve, la “competencia desleal” es
un buen comodín que vale para satisfacer todos los gustos y trincheras. Basta
con que uno lo suelte con firmeza, como si de una verdad irrefutable se
tratase. ¿No habrá manera de desterrarlo de nuestro sistema neuronal?
Con
“sin ánimo de lucro” me ocurre otro tanto. No hay manifiesto o proclama donde
no aparezca. Y yo no le encuentro valor alguno más que el burocrático que le
asigna la
Administración en los estatutos de las asociaciones
culturales para hacer referencia a que las mismas no pueden acumular riqueza. A
efectos prácticos no le encuentro otro sentido. Además de que bajo ese lema,
“sin ánimo de lucro”, se encuentran fundaciones que disponen de muchos
recursos, como La Abadía ,
por poner un ejemplo. Porque la Administración , que no es tan tonta como nos
creemos, ha pensado concienzudamente en los diferentes modelos de asociaciones
posibles y en el amplio abanico de posibilidades tributarias que dispone para
cada una de ellas. No me cansaré de repetir que Oris Teatro, la asociación
cultural que edita esta revista, ya desde 1989, cuando era un grupo de teatro
amateur, realiza trimestralmente declaraciones de iva. Y que la diferencia
porcentual que hay sobre este impuesto, entre una asociación cultural que está
exenta de iva, y una empresa constituida como trabajador autónomo, era, hasta
hace bien poco, la misma que había entre una empresa constituida como trabajador
autónomo y una empresa constituida como s.l. (Yo, que estoy vinculado desde
hace años a una s.l. ruinosa, jamás se me ocurrió tildar a los autónomos, por
este mismo asunto, de “competidores desleales”. Comprendo que son modelos
empresariales distintos, con sus ventajas e inconvenientes. Y todo sea dicho
denunciando la extravagante exageración de este impuesto.) Curiosamente en la
misma Artez aludida anteriormente aparece un interesante artículo de Jaume
Colomer —persona que no es de mi cuerda, dicho sea de paso— titulado muy
explícitamente “Transformar la s.l. en asociación cultural para no repercutir
el iva”, donde aclara matices y pormenores a quien le interese. Así que sobre
este apartado, “sin ánimo de lucro”, y los pertinentes reproches que se le hacen
a las asociaciones culturales sobre si pagan o no pagan impuestos, no tengo más
que decir. Me repugna el uso y abuso de estos argumentos, qué le vamos a hacer.
La cosa es bien sencilla: quienes piensen que las asociaciones culturales no
cumplen con sus obligaciones tributarias y cometen algún tipo de fraude o
delito, que las denuncien en los juzgados pertinentes, sin más. Yo, por mi
parte, como soy muy poco especulador y desconozco las cuentas de dichas
asociaciones, hasta que no se me demuestre lo contrario, les concedo la
presunción de honestidad (vamos, que soy incapaz de imaginarme a los miembros
de esas asociaciones “lucrados”).
Esos
son los términos tradicionales, pero como toda batalla que se precie ha de
desplegar su retórica coyuntural, ahora la Plataforma ha acuñado otro:
“falso teatro amateur”. Concepto tan anfibio y resbaladizo como los anteriores.
“Contra el falso teatro amateur”, escucho en las proclamas. Pero, como los
anteriores, ¿qué quiere decir? Nada. O todo. Según lo que cada uno desee.
Supongo que los autores que lo acuñaron se refieren a grupos o personas que
obran en la ilegalidad dentro de ese teatro. Pero si son personas el eslogan
tendría que ser “contra los falsos intérpretes amateurs”. Y si son grupos, ¿qué
grupos? Porque, más allá del psicologismo atrabiliario de los emisores, el
ciudadano común y resto de implicados en las protestas entienden que los grupos
son los componentes de FETEAS, que es a fin de cuentas contra quien se dispara.
Y si los veintitantos grupos que componen FETEAS son el “falso teatro
amateur”…, ya me dirán ustedes cuál es el verdadero. En fin, para cerrar este
apartado me remito a lo anteriormente escrito: si hay pruebas de peso, nombres
y a los tribunales. Por lo demás es muy fácil inventarse un eslogan. Yo también
podría, de la misma manera, acuñar el de “falso teatro profesional” o “falsos
programadores”, y quedarme tan pancho. Lo que ocurre es que las cosas son
siempre mucho más complejas de como a primer golpe de vista se nos presentan.
La pura y dura realidad
Lo
que sí parece indiscutible —y supongo que en esto todos estaremos de acuerdo—
es que el teatro amateur asturiano está muy bien y el teatro profesional
asturiano está muy mal. Los hechos han demostrado durante estos últimos años
que la Consejería
de Cultura y buena parte de nuestras Concejalías de Ayuntamiento han tenido una
muy buena política para el teatro amateur, pero una insuficiente o muy
deficiente política cultural para el teatro profesional. Si comparamos el
presupuesto y las programaciones que muchos municipios dedican a uno y otro
modelo enseguida nos damos cuenta de que lo que existe es un “agravio
comparativo” en detrimento del teatro profesional. Y, ¿por qué? ¿Por qué existe
tal agravio? Por varios motivos, entre los que se encuentran los consabidos:
porque a los programadores les encanta el teatro costumbrista, porque los
espectáculos amateur les salen más baratos, porque FETEAS hace las cosas muy
bien, etc., etc. Aunque a mi entender el motivo principal es llana y
simplemente este: porque las Administraciones municipales no creen en el teatro
profesional. Es decir, los Ayuntamientos asturianos no acaban de entender que
el teatro profesional existe, que ya es una realidad en nuestra región, que hay
una Escuela Superior de Arte Dramático que lo avala, que todos los municipios
están habitados por alguna o varias personas que trabajan directa o
indirectamente en esta profesión, que es una modalidad que ha de tener un
estatus bien diferenciado, que tiene que ser también considerada como una
actividad artística generadora de empleo…, y, por consiguiente, que ha de gozar
del mismo prestigio profesional que otros muchos gremios (del mismo, ni más ni
menos). En resumen, lo que no se acaban de creer nuestros Ayuntamientos es lo
que con tanta claridad meridiana y atino reza uno de los mejores eslóganes de la Plataforma : “Porque no
es nuestro hobby: es nuestra profesión” (creo que se puede decir de muchas
maneras, pero no mejor ni con menos palabras).
Ahora
bien, ante esta cruda tesitura, ¿entenderán algún día nuestros Ayuntamientos
que el teatro profesional existe y que ha de ser considerado como se merece? Yo
creo que no (lo siento, soy pesimista). Para que esto ocurra tendría que
radicalizarse una lucha muy bien organizada por parte de todos los afectados
durante muchos meses. Sólo así lograríamos sensibilizarlos para que abandonasen
esa pragmática consuetudinaria de mínimos, consistente en gastar en un año en
teatro profesional asturiano lo mismo que les cuesta una orquesta para un día
de verbena en las fiestas del pueblo. Pero aunar a la profesión para echarse a
la calle, con la diversidad de enfoques y puntos de vistas discrepantes, es
pura quimera. Así que más nos valdría secuestrar a la desesperada (es figurado)
a un político de altura, preferentemente del psoe, para darle la turra y
recordarle que este asunto ha de ser también una cuestión ideológica de
programa y partido, y que han de comprometerse imponiendo medidas desde arriba
como si de una cuestión de principios se tratase (si es que los tienen). Pues
cada día que pasa estoy más convencido de que muchas de las desventuras que
padece el teatro profesional se deben, en gran medida, a que nunca hemos tenido
entre los políticos importantes a nadie que creyera en este arte.
FETEAS
La
asociación que agrupa a la mayoría de grupos amateur, FETEAS, ha hecho un buen
trabajo, y esta es mi opinión. Así que no entiendo el porqué de tanta inquina
contra la misma por parte de muchos profesionales del sector. O tal vez sí.
Quizá sea porque en Asturias cuando las cosas se hacen bien, molestan. Estoy
convencido de que tenemos una propensión congénita a erradicar las cosas que
funcionan. Está en nuestro subconsciente, lo vengo estudiando desde hace muchos
años. No le encuentro otra explicación. FETEAS es una asociación que ha
conseguido cohesionar el teatro amateur, mejorar su calidad, darle visibilidad,
mejorar sus infraestructura, organizar encuentros, cursos, certámenes, editar
sus textos, etc., etc. Trabajo y esfuerzo les habrá costado. Supongo que los profesionales
que se oponen a sus actividades lo hacen argumentando que todo lo que FETEAS
hace bien es en detrimento del teatro profesional, y que por eso a ellos les va
tan mal. Para entendernos: que el dinero que las Administraciones se gastan en
el teatro amateur es porque se lo quitan a las programaciones del teatro
profesional. Pero en esto yo soy muy escéptico y no me lo creo. Hay que
demostrármelo. A veces las cosas existen no tanto porque haya unos presupuestos
para repartir como porque detrás hay unos grupos que cultivan una actividad.
Además, hay que ser muy ingenuo, y muy inconsciente, para creer que los graves
problemas que tiene el teatro profesional guardan conexión causal con el teatro
amateur. Así que no veo razones para oponerme a sus actividades como hacen
muchos de los empecinados que tanto ahínco ponen en combatirlo. No me creo que
si el teatro amateur quedase reducido a su mínima expresión el teatro
profesional estaría mejor. Sencillamente no me lo creo, qué le vamos a hacer.
(Es que lo que no acabo de entender es: ¿qué es lo que gana el teatro
profesional con esta guerra?).
Pondré
un ejemplo: en los años ochenta del siglo pasado había una buena política
teatral para la juventud y yo he tenido la suerte de crecer a su amparo. Había
anualmente un festival de teatro contemporáneo en Mérida y Almendralejo, y otro
en Almagro de teatro clásico, con sus cursos y talleres correspondientes, que
reunían durante una semana a grupos de comunidades de toda España (sólo Dios
sabe el dinero que se gastaba el Instituto Nacional de la Juventud en aquella
historia). Pues bien, todo eso desapareció hace mucho tiempo. Hay quien se cree
que fue para favorecer otras actividades relacionadas con el gremio. Pero yo,
como soy muy escéptico, y puesto que nadie me lo ha demostrado, no me lo creo.
Yo lo único que puedo afirmarles con toda seguridad es que aquellos festivales
ya no existen, y que ahora los jóvenes que quieran iniciarse en el teatro lo
tienen más difícil. Es todo. Claro que siempre habrá quien diga, ¿y qué? ¿Qué
importa que en España no haya teatro joven? ¿Qué importa que no haya teatro
amateur? Pero no seamos ingenuos, porque la respuesta consecuente con estas
preguntas podría encubrir otra pregunta lapidaria… ¿y qué importa que no haya
teatro?
Mi punto de vista
El
teatro profesional tiene graves problemas (ya lo he dicho). La mayoría ya se
han apuntado: las Administraciones, sobre todo las municipales, no creen en él,
y carecen de un programa serio (y precisamente por ello siempre van a disponer
de muy poco presupuesto). Pero los problemas del sector, desgraciadamente, no
se acaban ahí. La realidad presenta un cuadro de resultados mucho más complejo
y caótico. La creciente atomización ha dado como corolario una cartelera muy
vistosa y diversificada pero, también, muy empobrecida en lo que al número de
intérpretes se refiere (tres en el mejor de los casos), que imposibilita los
montajes de textos de mediano formato. Creo que pocas veces Asturias ha estado
tan baja en este sentido. Para que todo esto cambie, y mejore, haría falta un
proyecto general con las ideas muy claras, capaz de ponerle un poco de orden al
desconcierto. Pero nada de esto ocurrirá, porque un proyecto así tendría que
estar recogido en un programa político de gobierno, y a ser posible respaldado
mayoritariamente por el gremio. Y no hay voluntad (también lo he dicho).
Pero
pensar no cuesta dinero, así que, ¿qué contenidos principales comprendería un
Plan General de las Artes Escénicas idóneo para nuestra comunidad en tiempos de
crisis? Varios, aunque los principales tendrían que ir dirigidos a: 1.º)
Reforzar el Circuito de Teatro Profesional, comprometiendo a los Ayuntamientos
con un programa más completo y ambicioso que el actual. 2.º) Un apartado
dirigido a todo lo que guarda relación con el teatro para niños, su exhibición
pública, las representaciones concertadas con los centros de enseñanza primaria,
secundaria, bachillerato, la universidad, y los acuerdos pertinentes con la Escuela Superior
de Arte Dramático y… 3.º) La creación de un módulo intermitente de producción
autóctono, con dotación económica específica que posibilite la realización de
dos montajes anuales de mediano formato (allí donde no llegan con plenitud las
compañías independientes), abierto a intérpretes asturianos elegidos para la
ocasión, al igual que el director y el autor (aunque se entienda que estos, por
conveniencia, puedan ser de fuera). Todo bajo el auspicio de Laboral Ciudad de la Cultura , el Centro
Niemeyer, y con la infraestructura burocrática de recrea para no incrementar
gastos innecesarios. Este módulo intermitente (yo lo llamaría siempre
“intermitente” para que quedase claro que no se trata de un teatro estable, un
Centro Dramático o algo parecido) tendría como principal objetivo el abordar
trabajos profesionales en condiciones óptimas, con la intención de reforzar la
imagen pública del teatro profesional asturiano. Y en ningún momento estaría
reñido con la actividad ordinaria de las compañías profesionales, claro está,
porque los espacios de exhibición y los objetivos serían distintos. Andando el
tiempo, y a la vista de los resultados o conveniencias, el mismo módulo
articularía otros espacios relacionados con la dramaturgia, la interpretación,
etc., en procesos de creación y retroalimentación in situ. El módulo requeriría
de un director general low cost con conocimiento de causa, encargado
de llevar la nave a buen puerto, etc., etc., etc.
En
fin, pues creo que es en esta dirección o en otras parecidas por donde —a mi
juicio— deberían de ir concentrados todos los esfuerzos y disparos de lucha y
reivindicación. En estas y no en otras direcciones que nos permitan caer abatidos
por el fuego amigo.
Notas
Plataforma: Es la Plataforma de Apoyo al Teatro Profesional
Asturiano. Desde el inicio de sus manifestaciones y proclamas, de carácter
libre y asambleario, sostiene una presencia continuada en los medios de
comunicación (principalmente en las redes sociales). Sus acciones han servido
para dinamizar y hacer más visibles unas protestas que hasta entonces iban
desgranadas por una vía más convencional a través de asociaciones corporativas.
Sus reivindicaciones son genéricas y muy necesarias, aunque a mi entender las
pierde el haber puesto en su punto de mira, casi como una obsesión, los logros
del teatro amateur a través de la asociación FETEAS. Sus reivindicaciones son
compartidas por buena parte del sector.
ACPTA: Es la
Asociación de Compañías Profesionales de Teatro y Danza de
Asturias. Es la agrupación de compañías más veterana de nuestra comunidad,
federada en faeteda. La constituyen diez grupos. Aunque en el Principado, de
más reciente formación, también está foroescena, otra asociación de compañías
profesionales que integra a catorce entidades.
FETEAS: Es la
Federación de Grupos de Teatro Amateur del Principado de
Asturias. La constituyen veinticuatro compañías. El trabajo realizado desde su
fundación hasta el momento actual ha sido capital para entender la buena
situación por la que atraviesa el teatro amateur asturiano.
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