¡Que pase el público¡
Lo público es neutro, no tiene género ni clase social, no
distingue generaciones, razas, nacionalidades ni ideologías. Lo público es
inapropiable, es lo que pertenece a todos y todas.
El romántico Larra reconocía que el principal defecto en él
era hablar sin que le pidieran opinión, entrometerse en todo. Le gustaba
recorrer la ciudad, ese espacio público, sus plazas, calles, parques, mercados,
cafés, librerías, restaurantes... Observaba a las personas que entraban y
salían de los locales, de los portales, que paseaban, iban en coche...
escuchaba sus ruidosas conversaciones, quería formarse una opinión: ¿quién es
el público? y ¿dónde se encuentra?.
Lo que captaba y describe en sus artículos no merecía su
respeto. Por todas partes encontraba cerrazones, gustos infundados, reacciones
caprichosas, discusiones tontas, acciones sin objeto, pérdidas de tiempo,
costumbres perniciosas...
Se metía en el teatro. Ahí creía que podía encontrar respuestas
y conocer al público en su casa. El teatro es el templo donde el público “emite
sus oráculos”[1] escribía. No le faltaba razón, es en el teatro donde el
público se hace protagonista. Grotowski definía el teatro como “lo que ocurre
entre actor y espectador”. Así que parece inconcebible un teatro sin
espectadores, sin su presencia imprescindible. Pero si el público es un
elemento esencial de la representación teatral, ¡qué pocas veces es objeto de
reflexión cuando se crea, se critica o analiza un espectáculo!
No ha sido siempre así. Larra, como experto teatral, mostró
muchas veces su preocupación por el público; pero desde Aristóteles que en su
poética presentaba como objetivo del teatro “purificar al espectador”, grandes
teóricos se han interesado por los efectos del teatro en el público. Brech
apuntaba a los sentidos con su teatro para hacer al público sensible a la
política, Lorca creía que el teatro era una escuela de emociones y se debatía
en la duda de un teatro atento a los gustos escapistas del público o
comprometido con una autenticidad agresiva. ¡Cómo recuerda la propuesta de
Artaud! : un teatro como la peste trastornando y perturbando a la colectividad.
De todos modos siempre queda la opción frecuente de
considerar al espectador como un agente externo, casi pasivo ante el hecho
teatral, consumidor de ocio o de cultura, alguien a quien (como decía Lope de
Vega) “es justo hablarle en necio para darle el gusto” y buscar su “vulgar
aplauso” porque él es quien paga.
El teatro de aficionados cumple un importante papel como
captador de públicos. No necesita como el teatro independiente en los sesenta
plantearse como objetivo revitalizar el diálogo con el pueblo. El teatro
amateur representa ese diálogo directo entre actores y espectadores porque
surge del pueblo y en él encuentra sus más fervientes seguidores.
¿Qué podemos hacer para mantener la conversación?, para que
los teatros se llenen no solo para ver al amigo, al pariente haciendo cosas
increíbles o exponiendo sus habilidades y torpezas al escarnio público? Una
compañera de teatro se lamentaba tras una función con media sala vacía en una
representación memorable, cuando la semana anterior la misma sala se había
llenado hasta rebosar con conocidos de aficionados.
En todo caso la dificultad de atribuir una función al teatro
en una sociedad tan heterogénea, no exime de responsabilidad al teatro de
aficionados de reflexionar sobre su papel frente a la ciudadanía que lo
sustenta.
No se me ocurre otra cosa que proponer que dilatar el
diálogo más allá de la representación, escuchar al público, darle nuevas
oportunidades de manifestar su opinión, provocar encuentros, utilizar nuestras
conexiones sociales en red... pero sobre todo reflexionar internamente en
nuestros grupos sobre lo que hacemos y lo que pretendemos conseguir del
público, revisando nuestros objetivos.
Escuchar al público, darle voz, observar sus reacciones e
interpretarlas desde distintas perspectivas teóricas puede alumbrar este camino
incierto del teatro.
Las butacas vacías presionan los teatros como las audiencias
a las cadenas televisivas. El teatro amateur tiene un gran argumento a su favor
en esta situación pero también una gran responsabilidad con el público, con un
teatro en mayúsculas que revitalice la relación con los espectadores.
Más allá de ser una oferta de entretenimiento, el teatro
amateur es una oferta de expresión y comunicación social abierta, diversa,
compleja como el público al que se dirige y del que nace. Un importante
referente teatral en todo momento histórico, que debe ganarse esa consideración
cuidando lo que hace, respetando a su público.
[1] Artículos selectos
de Mariano José de Larra. 1995 Edicomunicación S.A.
por Javier Salvo.
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